martes, 13 de agosto de 2013

Crítica cinematográfica: quiereme si te atreves



Jeux d`enfants - Este juego empezó con una bonita casa, con un bonito autobús sin conductor, una bonita caja y una bonita amiga... Cuando menos te lo esperas...descubres una gran película. En v.o mejor que mejor. AiSsIs - Fotolog




Crítica de Jeux d’ enfants

contiene spoilers

 “Todo lo que sabía en un principio es que quería hacer una película sobre el amor, los juegos y la búsqueda de una infancia sin fin. Y que quería que se lleve a cabo en un escenario mítico, en el que todo sería más grande que la vida”. Yann Samuell 

La película francesa dirigida por Yann Samuell, Quiéreme si te atreves, o más acertado su título en francés, Jeux d enfants (juego de niños), trata exactamente sobre eso: un juego entre dos niños que se conocen en momentos críticos de su vida y se conectan a través de un juego tan insólito como retorcido. Este juego se transformará, a medida que crecen, en su estilo de vida, en su modo de escapar de la cruda realidad, y en su modo de conocer el amor. 

Julien (Gui-llaume Canet) vive con sus padres en un pequeño barrio de Bélgica. El niño sufre por la lenta agonía de su madre, a quien se le está propagando un cáncer muy lesivo. Mientras tanto, Sophie (Marion Cotillard), vive con su hermana más grande, con quien emigró de Polonia. La niña sufre, al igual que Julien, pero por la burla constante de sus compañeros de clase por su origen étnico. Un día Julien, compasivo con la bonita niña humillada delante de todos, le regala una caja con forma de carrusel que le había dado su madre, con la condición de que se la preste alguna vez. Pero Sophie de inmediato lo desafía, y le dice: “Tienes que demostrar que la quieres, si te atreves”. Con estas palabras, narra Julien, comenzó el principio de fin, o el comienzo de la vida misma, o tal vez simplemente el comienzo de una extraña relación que migró del amor a la rivalidad a lo largo de sus vidas. 



En un momento del film, cuando la madre de Julien estaba al borde de la muerte, Sophie quiso consolarlo, pero Julien le advirtió que no podría. Sophie, entristecida, respondió: “Sí, es cierto, sólo sirvo para jugar”. Estas palabras definieron para siempre la relación que tuvieron los dos niños, quienes por una década mantuvieron su relación en el límite de la amistad y del amor. Con aquella frescura infantil que los conectó desde un primer momento siempre viva, se desafiaron constantemente con retorcidas apuestas llenas de adrenalina y rebeldía.


 Así se fueron enamorando. Pero el juego los imposibilitó de verbalizarse sus sentimientos y la confusión entre la verdad y la ficción los terminó separando. Los años pasaron y en sus esporádicos encuentros se hicieron daño, tanto daño que prometieron no verse más por lustros, aunque se extrañasen en silencio. ¿Era el amor o era el juego lo que extrañaban uno del otro? ¿Cuál era aquella conexión tan fuerte que tenían? Aquella conexión que huía de la formalidad y del romanticismo típico, pero que los apegaba a la vida, a la acción y a la felicidad. Y a veces también a la destrucción y a la infelicidad. Era el juego, su juego, el sentido de sus vidas, aquello que les imposibilitaba olvidarse del otro; el único con el que podían jugar.





Todo el guión de la película es poesía. Poesía pura, épica, que enamora y pone al espectador con la piel de gallina. El romance se mantiene a lo largo de todo el film, aunque se encuentren características de distintos géneros. La mezcla logra hacer de esta película una película típica francesa, al estilo de “Amelie” y “Los nombres del amor”. Un cuento de hadas para adultos: lleno de drama, romance, surrealismo y humor. Una banda de imagen llena de colores cálidos y una banda de sonido caracterizada por la redundancia de La Vie en Rose, en distintas versiones.


El surrealismo tiñe las escenas y mantiene viva aquella frescura infantil y la locura romántica. Principalmente en el metafórico final, en el que ambos personajes se sepultan en hormigón para sellar un amor infinito, de un modo tan loco y coherente como el que vivieron toda su vida. El supuesto suicidio en conjunto revive finales de típicas obras del género drama romántico, en los cuales los enamorados prefieren morir juntos antes que vivir separados, como en el antiguo clásico de “Romeo y Julieta”.


 La línea entre la realidad y la ficción se vuelve a borrar en el final, un final lleno de amor y vacío de certeza. Julien y Sophie se vuelven a besar en cada escena que, por algún motivo tonto, no lo habían hecho. Julien y Sophie, envejecidos y juntos; comen caramelos de la caja del carrusel, igual de frescos que siempre. Si murieron o no, no lo sabremos, pero que sellaron un amor sin final, es inapelable. Claramente, una joya de Yann Samuell, y una joya más del cine romántico y loco francés.

El género: un modo de producción



Comentario de texto

En el extracto del texto de Rick Altman, el autor nos permite reflexionar sobre las distintas características que comparten las películas que pertenecen a un mismo género en el cine de Hollywood, y por ende, del género en sí. 

El género cinematográfico puede entenderse como un modo estereotipado de contar una historia, reconocido por el autor y el espectador. El género vendría a ser una gramática, un sistema de reglas de expresión y de construcción para un producto cultural. Este sistema supone una estructura por encima de una obra individual y afecta a todo el proceso creativo del autor. El género condiciona una obra que pretende ser considerada parte de él.

Cada género cuenta con relatos prototípicos: personajes, elementos y propiedades que se repiten en cada una de las historias de modo que ya son una convención. Estos elementos forman un determinado mundo posible, una construcción mental que se forma en referencia al mundo real. Los elementos de los relatos prototípicos del género son  “verosímiles” dentro de este aunque sean “excéntricos” en el mundo real, y dependen de estos para funcionar como género.  La construcción de este verosímil es fruto de un proceso acumulativo que se forma en la mente del receptor a través de asociaciones y que construyen el pacto de lectura entre el público y el autor. Tal como dice Altman, “Las conexiones de los géneros de Hollywood se fundamentan normalmente en actores y acciones que se definen por su excentricidad respecto a algún ciclo cultural. El western depende de los forajidos, la ciencia-ficción necesita de los alienígenas, las películas de guerra se apoyan en la presencias de los forasteros…”.    

Los alienígenas son personajes verosímiles en el mundo posible de una película de ciencia ficción, pero no lo son en un western. Esto no se debe a alguna rígida regla impuesta, sino que es producto de la no repetición de este verosímil en el mismo género. Al no ser una regla impuesta, puede pasar que  un autor incluya algún nuevo elemento en su historia, hasta el momento inverosímil dentro del género, y que esto genere una respuesta positiva en el público y rentable para el negocio. Si esto pasa, otro imitará su idea y otro la idea del último, y esto generará, por repetición, una nueva moda y una nueva característica “verosímil” dentro del  género. Así es como comienzan a mutar los géneros: evaluando poco a poco la demanda del público, los cambios sociales y las oportunidades para “tomar riesgos”.

¿Y porque si es rentable pueden mutar los géneros? ¿Qué tienen que ver los géneros con el comercio? Los géneros del cine de Hollywood están íntimamente ligados al surgimiento de la sociedad de masas que se desprende de la industrialización y la urbanización. La producción en serie de productos culturales, que viene aparejada a la reducción de jornadas laborales de los trabajadores y su migración a las ciudades, consistió en someter los bienes culturales a las leyes del mercado e inevitablemente, bajar su calidad para convertirlos en productos “masivos”. Sin ignorar la obvia democratización de la cultura que hasta ese momento era únicamente privilegio para las elites, hay que destacar como esta fue la oportunidad para que gigantes como Hollywood conviertan el cine en una industria multimillonaria.

La industria cultural[1]  logró su éxito al repetir fórmulas estandarizadas que garantizaban el éxito y homogeneizaban el gusto de la masa. Este modo de producción les permitió economizar tiempos tanto en el proceso de creación como en el proceso de elección del film en cartelera. La originalidad fue la primera víctima y el cine comenzó a venderse como producto enlatado.

¿Qué comenzó a pedir el público? Más de lo mismo pero con “algo” distinto. Aquí la tensión entre lo universal y lo individual: había que darle al público más de lo mismo para encajarlo dentro de un género reconocible, pero con algo distinto que permita comercializarlo como “algo nuevo” digno de ser visto y comprado.  Konigsberg: “El realizador creativo se apoya en las convenciones, pero también imprime su propia visión en la obra. Es la inyección de lo innovador en lo familiar lo que produce ese especial placer que sentimos al ver una película de género”.

El género sigue siendo hoy una etiqueta que el público consume. Ir a ver la “nueva película romántica de Hollywood” es poco más que ir y sentarse en la butaca de la sala de cine a sabiendas de que no pasará nada en la película que lo sorprenderá.  Si el final es distinto al que el espectador espera, el autor estará rompiendo el pacto de lectura con su público objetivo y decepcionando las expectativas que este tenía cuando decidió consumir la película[2]. No darle a la gente lo que quiere puede significar una pérdida monetaria que ninguna productora estaría dispuesta a arriesgar.

En conclusión, creo que como interpreté que expresó Rick Altmanan en su texto, las películas de género de Hollywood se caracterizan principalmente por la repetición de personajes prototípicos e historias cliché. El género es más que una etiqueta o una forma de clasificar películas. El género implica un modo de producción en serie que reduce el abanico de sorpresas del espectador y también su esfuerzo intelectual, permitiéndole al receptor consumir pasivamente una película sin conocer nada realmente nuevo. La industria cultural mutó el fin último del cine para convertirlo en una maquina lucrativa capaz de transformar algo que podría ser una obra de arte en un objeto de consumo masivo e irreflexivo a costa de la calidad, la originalidad y la creación artística. Sin embargo, también permitió hacer asequible el cine a las capas populares de la población y llenarles de entretenimiento audiovisual sus ratos de descanso.   


[1] La industria cultural, término inventado por los teóricos marxistas de la Escuela de Frankfurt, busca expresar como un producto cultural se transforma en su contrario cuando pasa por el proceso de mercantilización y su fin último deja de ser “el arte por el arte” para ser simplemente un bien de consumo, un medio para la rentabilidad.
[2] El verbo “consumir” es a propósito, ya que la película se consume como cualquier otro objeto de consumo producido en serie.