
Crítica de Jeux d’ enfants
contiene spoilers
“Todo lo que sabía en un principio es que quería hacer una película sobre el amor, los juegos y la búsqueda de una infancia sin fin. Y que quería que se lleve a cabo en un escenario mítico, en el que todo sería más grande que la vida”. Yann Samuell

Julien (Gui-llaume Canet) vive con sus padres en un pequeño barrio de Bélgica. El niño sufre por la lenta agonía de su madre, a quien se le está propagando un cáncer muy lesivo. Mientras tanto, Sophie (Marion Cotillard), vive con su hermana más grande, con quien emigró de Polonia. La niña sufre, al igual que Julien, pero por la burla constante de sus compañeros de clase por su origen étnico. Un día Julien, compasivo con la bonita niña humillada delante de todos, le regala una caja con forma de carrusel que le había dado su madre, con la condición de que se la preste alguna vez. Pero Sophie de inmediato lo desafía, y le dice: “Tienes que demostrar que la quieres, si te atreves”. Con estas palabras, narra Julien, comenzó el principio de fin, o el comienzo de la vida misma, o tal vez simplemente el comienzo de una extraña relación que migró del amor a la rivalidad a lo largo de sus vidas.


En un momento del film, cuando la madre de Julien estaba al borde de la muerte, Sophie quiso consolarlo, pero Julien le advirtió que no podría. Sophie, entristecida, respondió: “Sí, es cierto, sólo sirvo para jugar”. Estas palabras definieron para siempre la relación que tuvieron los dos niños, quienes por una década mantuvieron su relación en el límite de la amistad y del amor. Con aquella frescura infantil que los conectó desde un primer momento siempre viva, se desafiaron constantemente con retorcidas apuestas llenas de adrenalina y rebeldía.

Todo el guión de la película es poesía. Poesía pura, épica, que enamora y pone al espectador con la piel de gallina. El romance se mantiene a lo largo de todo el film, aunque se encuentren características de distintos géneros. La mezcla logra hacer de esta película una película típica francesa, al estilo de “Amelie” y “Los nombres del amor”. Un cuento de hadas para adultos: lleno de drama, romance, surrealismo y humor. Una banda de imagen llena de colores cálidos y una banda de sonido caracterizada por la redundancia de La Vie en Rose, en distintas versiones.
El surrealismo tiñe las escenas y mantiene viva aquella frescura infantil y la locura romántica. Principalmente en el metafórico final, en el que ambos personajes se sepultan en hormigón para sellar un amor infinito, de un modo tan loco y coherente como el que vivieron toda su vida. El supuesto suicidio en conjunto revive finales de típicas obras del género drama romántico, en los cuales los enamorados prefieren morir juntos antes que vivir separados, como en el antiguo clásico de “Romeo y Julieta”.
La línea entre la realidad y la ficción se vuelve a borrar en el final, un final lleno de amor y vacío de certeza. Julien y Sophie se vuelven a besar en cada escena que, por algún motivo tonto, no lo habían hecho. Julien y Sophie, envejecidos y juntos; comen caramelos de la caja del carrusel, igual de frescos que siempre. Si murieron o no, no lo sabremos, pero que sellaron un amor sin final, es inapelable. Claramente, una joya de Yann Samuell, y una joya más del cine romántico y loco francés.

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